El instituto invisible
Por Patricia Esteban Erlés
Se acercan las elecciones. Es tiempo de promesas y de recordar las que no cumplieron en su momento ni unos ni otros. Los políticos se olvidan pocas veces de perpetrar fuentes, rotondas de dudoso gusto, con banderitas y hierros torcidos que cuestan un potosí. Pero la cosa cambia cuando se trata de construir centros educativos, edificios dignos e infraestructuras necesarias para formar al alumnado de la zona rural.
En la concentración de Villanueva no hay televisión, a nadie le interesa el grupo de padres y profesores, ni la chiquillería que se ha congregado ahí. Lástima. Hay mucha actividad extraescolar a esa hora de la tarde, mucho entrenamiento de fútbol, clases de inglés. Hace calor. No se cree demasiado en que la unión haga la fuerza. Escucho con atención el manifiesto redactado por algunos padres luchadores que sí han venido, convencidos de que las voces que se juntan forman un coro y son útiles. La madre que lo lee cuenta un rosario de despropósitos cometidos por responsables políticos que prefieren la escuela lucrativa a la universal, que aseguraron que la sección provisional de Villanueva daría paso después de dos cursos a un instituto definitivo. Han pasado los dos años. La sección es un recinto precario, sin biblioteca ni ordenadores. No hay laboratorios, no hay aula de música. La población de Villanueva crece, y con ella la chavalería. Por respuesta se mira a otro lado, se finge que todo está en orden.
El instituto invisible no existe, pero los encargados de gestionar su edificación fingen que sí, como fingían los personajes del cuento que existía el traje del emperador, que lo habían visto con sus propios ojos. Esos chicos que hoy han adaptado con su profe de Lengua la letra del poema de la muralla de Nicolás Guillén y la cantan en el centro de su pueblo, porque su instituto no está en ninguna parte, si acaso yace en un proyecto enterrado en algún despacho, bajo otros de mayor interés, como la creación de vías de educación infantil innecesarias en colegios concertados.
Miro las cuatro camisetas verdes de quienes salen de casa, exigiendo que se respete a su derecho a la educación en aulas de verdad y sin tener que desplazarse. Pienso en los planos llenos de polvo en una mesa, en los otros padres que no han venido a demandar un trato justo para chavales que juegan al fútbol a la misma hora en que a alguien se le ocurre convocar un movimiento de protesta.
Aplaudo a la minoría sudorosa que se queda hasta el final y cree de verdad que la rosa y el clavel atravesarán un día la muralla.
-- Fuente: Página 9 del suplemento Heraldo Domingo del Heraldo de Aragón del 10 de mayo de 2015.
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